Siento que estoy en plena transición y transformación. Una parte de mi está mutando y tejiendo día tras día la piel que me va a cubrir cuando deje ir la que estoy llevando ahora.
En pocos meses tengo que entregar mi tesis doctoral y ya he empezado a escribirla. Y empezar a escribir la tesis quiere decir que estoy llegando al final de mi doctorado y que voy a ser doctora. Y eso significa que el mundo que estaba viviendo estos últimos años va a cambiar. Va a dejar de existir. Y esto me aterra un poco (mucho), para qué negarlo.
Ya estoy viendo la luz al final del túnel, y veo también qué se viene después. Algo que me da miedo y ganas a partes iguales. Veo ese salto al vacío al escoger ir hacia un camino que aún no ha andado nadie. Un camino por descubrir. No hay referencias, solo una brújula interna que a veces parpadea y tiene miedo, y a veces marca firmemente hacia donde ir.
Ralph Waldo Emerson dice que “lo que dejamos atrás y lo que tenemos por delante son asuntos diminutos comparados con lo que tenemos en nuestro interior”. Y así lo siento ahora mismo. Mi mundo interior está movidito, como un mar revuelto.
Siento el duelo prematuro de ese libro que tanto me ha gustado, y que no quiero llegar al final y llegar a la vez. Ese darme cuenta que estoy andado hacia un cambio colosal en mi vida y que voy a aprender a volar (metafóricamente, claro). Ese cambio en el que se termina un capítulo, o un libro entero de mi vida.
Me siento en una transición ambigua entre terminar y empezar a la vez. Hay veces que los procesos no son lineales (quizá nunca lo son), y me siento en todas partes y en ningún sitio a la vez.
Quizá toca vivir cada momento sin verlo cómo una transición, sino como puntos que trazan un mismo camino. La mente tiende a engrandarlo todo y quizá lo que veo como un salto, es solo un paso más. Y todo empieza en el paso que doy aquí y ahora.

