Últimamente me veo viviendo la vida como una ermitaña en mi cueva en medio de la ciudad. O sea, más de lo suelo ser de por serie. Me noto mi energía muy hacia adentro, con ganas de estar conmigo misma, y de centrarme en mi. Me siento como si estuviera habitando mi propio invierno, y me lo permito.
Y en momentos puntuales, me veo saliendo al mundo y socializando con las personas que me rodean. Y tengo claro que cada encuentro con alguien es un catalizador que nos transforma a ambas personas. Donde haya una intercambio hay una transformación.
Cómo estoy socializando poco, quiero hacerlo de calidad. Quiero nutrirme de encuentros y transformaciones que me sumen, y que no me quiten energía. Cada vez quiero estar menos presente en conversaciones dónde las otras personas vuelcan en mi quejas sobre sus vidas.
Yo no soy ningún contenedor al que volcar el viaje emocional que están viviendo y las partes de sí mismxs que no están reconociendo en lo que les está mostrando la otra persona o la situación.
Algo que estoy aprendiendo escribiendo las páginas matutinas de ‘el camino del artista’ es que necesitamos sacar lo que llevamos dentro. El cuerpo y la mente no están hechos para almacenar nada. Y las páginas son las aliadas perfectas, no las personas.
Creo que muchas veces no nos damos cuenta de que al quejarnos de algo cuando estamos hablando con alguien, ‘aparentemente’ lo sacamos de dentro y se lo estamos transmitiendo a la otra persona. Le estamos dejando parte de esa energía ‘quejica’ a ella.
Y yo ya no quiero este tipo de energía en mi vida. Quiero encuentros de calidad y de responsabilidad sentiverbal. Que nos sumemos en cada encuentro y nos transformemos mútuamente.
(N)os abrazo,
IRENE

