Hoy ha sido uno de esos días en que me he despertado antes de que sonase el despertador y he tardado un poco en salir del sueño que estaba teniendo.
Me encontraba en una estación de tren muy grande y yo iba con la bici a mi lado buscando una salida. Estaba explorando si bajar con la bici a cuestas por unas escaleras o si coger el ascensor. De repente, ya estaba casi a las puertas de la salida de la estación sin la bici (a veces pasa que en medio del sueño desaparecen las cosas y no hay consistencia ni continuidad, ¿verdad?).
Al abrir una de las puertas de la salida he visto que aún seguía en la estación y era la zona de espera donde se reúnen las personas que llegan y con las que ya están. Y ahí, entre esas personas, he visto a mi madre. Estaba radiante, muy enérgica y brillaba con todo su ser. Me miraba y me daba la bienvenida con una sonrisa resplandeciente. Me estaba esperando.
Yo me he quedado un poco en choque dentro del sueño porque hace diez años que no veo a mi madre y mi cerebro ya ha dejado de proponerme el pensamiento de reconocimiento de “es tu madre”, y ahora es más “esta persona se parece a tu madre” pero no “es tu madre”. Mi madre ya no está en este plano terrenal desde hace mucho tiempo y me ha costado ser consciente de que sí, que era ella quién me estaba recibiendo con los brazos abiertos en esa estación.
Nos hemos abrazado y ahí me he fundido con ella. Ohh, hace tanto que no puedo abrazar a mi madre que hacerlo ahí, dentro de ese sueño, me ha dado la vida.
Me alegro de que el despertador se haya esperado a sonar para que nos pudiésemos dar este abrazo de madre-hija. Hoy empiezo mi día habiendo dado un abrazo, que hacía mucho tiempo que no daba, a una de las personas más importantes de mi vida. Y qué maravilla poder empezar el día así, ¿verdad?
¿A quién os gustaría abrazar ahora mismo?
(N)os abrazo,
IRENE

